Durante los últimos cinco años, he dirigido más de 25 retiros en silencio por toda Europa. Estas experiencias me han enseñado mucho tanto sobre los participantes como sobre mí.
Una de las lecciones más valiosas que he aprendido es la importancia de entrar a un retiro en silencio sin ninguna expectativa, especialmente como participante. Verdaderamente nunca sabes lo que puede surgir a nivel mental, así que es mejor no anticipar nada en particular.
Los retiros en silencio son increíblemente desafiantes a nivel mental, emocional y físico. Como participante, se te pide no hablar, escribir, leer o siquiera hacer contacto visual con otros. Además, se medita al menos cuatro horas al día. A la mente humana no le gusta estar quieta, pero aun así le pedimos que se ralentice, que deje de pensar y esté presente durante 48 horas o más. Puede ser difícil en muchos niveles.
A menudo aparece el aburrimiento. Puedes notar que tus pensamientos se repiten una y otra vez sin parar. Incluso ruidos pequeños, como el crujido de una puerta, pueden volverse muy irritantes. Tu cuerpo puede doler de estar sentado una hora meditando en el suelo. Si alguna vez leíste o viste Comer, Rezar, Amar, te harás una idea de cómo es. Los retiros silenciosos desafían tu mundo interior. Te enseñan a rendirte, a aceptar que tus rodillas se duerman, que tu mente corra sin parar, y que el malestar es parte del proceso.
Cada retiro es diferente. Cada vez que facilito uno, entro con una mentalidad y salgo cambiada. Siempre me voy sintiéndome una mejor versión de mí misma: más consciente, más enraizada, más presente, más agradecida y más enfocada. Solo ha habido un retiro del que no salí sintiéndome más productiva, lo cual no está nada mal, si me preguntas.
En mi retiro más reciente, llegué con mucha carga mental y me fui sintiendo que aún necesitaba más silencio y reflexión. Eso también puede pasar. A veces no te vas sintiéndote renovado, y está bien. Reafirma mi creencia de que entrar sin expectativas es la mejor forma. Asumí que saldría recargada y lista, pero no fue así. Y eso perfectamente válido.
Lo que he aprendido al dirigir estos retiros es esto: todo ser humano necesita tiempo para estar quieto. Debemos aprender a sentarnos con nuestra propia mente. La verdadera claridad solo llega cuando la mente tiene espacio para respirar, escuchar y reconectarse consigo misma. Es increíble ver los cambios que las personas experimentan en solo 48 horas de silencio. Para muchos, esos dos días son transformadores.
Dirijo retiros silenciosos porque creo en su poder para brindar paz, claridad y renovación. En nuestro mundo hiperconectado y siempre ocupado, necesitamos tiempo intencional para cuidarnos y reducir la velocidad. Las reflexiones que los participantes comparten después del retiro suelen ser sorprendentes.
Un hombre nos dijo que estaba tan concentrado en planificar cada detalle de su futuro que se dio cuenta de que, en realidad, se estaba arrepintiendo del futuro incluso antes de que hubiera sucedido. Otra participante admitió que la habían enseñado a ser siempre productiva, y cuando tuvo tiempo libre sin nada que hacer, se sintió completamente perdida. Incluso guardó su reloj y dejó que los gongs que usamos marcaran su horario. Una mujer con fibromialgia estaba preocupada por no poder hacer yoga o caminatas, pero terminó participando por completo y se fue sintiéndose descansada y fuerte.
La meditación y la quietud pueden ser profundamente sanadoras tanto para la mente como para el cuerpo. A veces, simplemente escucharnos es la clave para la paz.
Co-facilito estos retiros con Lezanne, y juntas sostenemos el espacio con profundo cuidado y respeto. No siempre es fácil guiar a un grupo de 15 a 20 participantes multinacionales a través del silencio. Cada persona llega con sus propias luchas, energía y expectativas.
Como facilitadores, sintonizamos con la energía del grupo. Podemos sentir cuando una sesión de meditación es pesada o cuando la sala tiene cierta tensión. Es difícil de explicar si no lo has vivido, pero la atmósfera a menudo habla más fuerte que las palabras. Algunos retiros se sienten tan ligeros y conectados que podríamos quedarnos con el grupo un mes. Otros son más intensos, y para el cuarto día, es hora de cerrar.
También manejamos toda la cocina nosotros mismos, lo cual puede ser un reto. Seguimos una dieta sáttvica estricta basada en plantas, sin gluten (tengo enfermedad celíaca) y sin azúcar refinada, cafeína, cebolla, ajo ni especias picantes. Esta forma de comer apoya la digestión, aumenta la energía y mejora la capacidad de meditar. Es cierto lo que dicen: somos lo que comemos.
Los participantes a menudo llegan con restricciones dietéticas. Siempre es un alivio cuando nadie tiene alergias. Los retiros más sencillos son cuando todos pueden comer lo mismo. Una vez, tuvimos una participante que afirmaba ser alérgica a casi todo. Preparar su comida fue complejo hasta que descubrimos que no se trataba de alergias en absoluto. Tenía anorexia y evitaba todos los carbohidratos y grasas. Insistía en que necesitaba la aprobación de su médico para comer ciertos alimentos. Fue profundamente preocupante, y un recordatorio de cuántas personas luchan en silencio con trastornos alimenticios.
De hecho, los trastornos alimenticios aparecen con más frecuencia de lo que uno podría pensar. Una mujer nos contó, tras un retiro, que había batallado por años con un trastorno alimenticio, contando calorías obsesivamente. Durante el retiro, comió bien, y no teníamos idea. Es desgarrador cuán comunes son estas luchas, y a menudo siento una profunda preocupación y compasión por el bienestar de nuestros invitados.
Como facilitadores, vemos y sentimos todo. Estamos con los participantes 24 horas al día. Somos testigos de su dolor, su alegría, sus revelaciones. Algunos lloran, otros se enojan. Algunos azotan puertas o golpean pelotas de tenis afuera para liberar emoción. Es la mente tratando de procesar, encontrar equilibrio, liberar tensión. Cada reacción es válida.
Una vez, me encontré llorando incontrolablemente durante 10 minutos mientras yacía al sol. Fue intenso, pero sanador. Esa es la belleza del silencio: le da a la mente y al corazón el espacio para liberar lo que ha estado retenido por demasiado tiempo.
La parte más gratificante del retiro es el círculo de cierre. Escuchar las historias de los invitados, sus avances, sus luchas, su aprecio por nuestras comidas caseras, siempre es conmovedor. Ya nada me sorprende. Y, por supuesto, compartir es completamente opcional. Respetamos los niveles de comodidad de cada quien. Ya seas introvertido o extrovertido, honramos tu elección de hablar o permanecer en silencio.
La parte más difícil del retiro suele ser el final. Una vez se rompe el silencio, la explosión repentina de conversación puede ser abrumadora. A veces me alejo y como la última comida comunitaria sola. Es demasiado ruido tras tanta paz. A menudo me encuentro deseando más tiempo en silencio, más meditaciones, más naturaleza.
Volver a la vida diaria también puede ser un choque. Una vez tuve que ir a un centro comercial lleno de gente solo unas horas después de que terminara un retiro. Fue completamente abrumador. Pero esos sentimientos son normales. La reintegración es parte del proceso.
Lo mejor de volver es la claridad, energía y productividad que sientes después de un retiro. Es como acceder a un super poder. Te sientes enfocado, energizado y completamente presente. Trabajas con eficiencia y alegría. Esa sensación suele durar al menos una semana, a veces más, especialmente si continúas tu práctica diaria de meditación.
Estoy increíblemente agradecida de hacer este trabajo. Muchos de nuestros participantes regresan año tras año. Realizamos estos retiros para ayudar a las personas a encontrar paz, reconectarse consigo mismas y fomentar la transformación. También trabajamos con equipos corporativos, ayudándolos a redescubrir la conexión, el enfoque y la presencia sin necesidad de decir una sola palabra.
Los retiros en silencio cambian vidas. Me siento honrada de ser parte de ese viaje.
Por: Heather Anderson